Estas palabras tardaron bastante en salir de las profundidades de mí.
Tal vez estaban arremolinadas entre mucosidades de influenza, alergia y gripe. Era verdaderamente imposible asirlas entre tanta neblina mental para darles una forma coherente y que esquivaran la banal preocupación de no sonar repetitivas.
Pero, después de todo, ¿no somos un poco esa repetición de lo que nos atormenta?
¿No es nuestro presente un resultado de eso que repetimos? Nos guste o no.
¿Y si me repito y en el intento descubro nuevas formas de mí?
Hoy le dije a una amiga que las esquinas de mi mente son filosas, punzo cortantes, me lastiman; así que todos los días repito: «suaviza las esquinas de mi mente, expande mi corazón»; se lo pido a Él y me lo imploro a mí.
La semana pasada, mientras paseaba a Nala, en el área verde que atravesamos, me encontré dos cajas de pastillas tiradas en el pasto a una distancia de 300 metros aproximadamente cada una.
Sildenafil y Tadalafil.
Cuando las vi, pensé que podrían ser un buen detonante de escritura, pensando que probablemente serían ansiolíticos como el Alprazolam que me tuve que tomar a fin de año a causa de un ataque de pánico.
Pensé que podría ensayar algunas ideas sobre la ansiedad, hasta que Internet me informó que ambos son medicamentos comunes para tratar la disfunción eréctil. Una más potente que la otra, por lo visto. El Tadalafil tiene un efecto de hasta 36 horas y se le suele conocer como “la píldora del fin de semana” según Internet.
Me quedo sintiendo otra vez que no tengo nada que decir ni que escribir, porque no tengo nada que opinar sobre medicinas para la disfunción eréctil. Solo puedo pensar en cómo habrán llegado ahí esos restos de tratamiento, los vestigios químicos de algo que ya no se es, ese intento de ser quien se fue antes.
En eso sí puedo encontrarme, en el anhelo ocioso de lo que se tuvo y ya no se es más.
En la versión ideal de una misma que siempre está en pasado y que cuando se estuvo viviendo en presente continuo estaba velado por una inconsciencia y una ceguera.
Busco un sinónimo de inconsciencia. Analfabetismo.
Busco Analfabetismo en Internet.
Analfabetismo funcional: «Incapacidad de aplicar los conocimientos de lectura, escritura y cálculos básicos en la vida cotidiana.»
¿Por qué a veces me siento así?
Racionalmente, sé que sería negligente y ridículo de mi parte autoetiquetarme así.
¿Qué necesidad de nombrarme algo y meterme en cajas?
¿Qué afán de encontrarme defectos?
Qué disfunción de la autoestima.
Llevo días pensando en que todo esto es un exceso de soledad.
El pensamiento se enciende mientras leo a Vivian Gornick y siento que me entiende.
Me arrastro entre cada párrafo regodeándome en la sensación mágica de ser comprendida, que alguien nombre tan elocuentemente lo que siento.
En Mirarse de frente, Vivian Gornick paladea la soledad elegida, sus implicaciones y efectos en el día a día y en la mente de quien la elige “por gusto propio”.
Este párrafo me caló hondo:
«Fue entonces cuando comprendí que me siento áspera por dentro, todo el tiempo… nada que no pudiera sobrellevar. Pero estaba ahí. La soledad es áspera al tacto.
…
Miré entonces lo que me rodeaba, mi vida, y comprendí que ni por asomo había aprendido a vivir sola. Lo que había aprendido era a planear estrategias; a tenderme hasta que remetiera el dolor, a evadirme, a pasar de largo. No estaba ahogándome pero tampoco nadaba. Estaba haciendo el muerto, lejos de la orilla, esperando a que me salvaran.»
Y después este:
«No podía pensar, no podía escribir. La cabeza llenándose de niebla, bruma, algodones, hielo seco; la niebla entrando por los ventanucos de arriba. La de costumbre, la de todos los días. La afección con la que forcejeo desde las nueve de la mañana en adelante, con la que me peleo por ocupar un pequeño espacio despejado en mi cabeza hasta las dos o tres de la tarde, cuando desisto de todo esfuerzo, sintiéndome vacía y derrotada y como si llevara mil años sin escuchar el sonido de una voz humana.»
Vivian reconoce que hizo de esa idea de la soledad, un dogma, un mantra que se repetía a sí misma todo el tiempo, con el que se convencía a sí misma de que vivir sola era el estadio ideal: «vivir sola es plantarle la cara a la soledad».
Mi amiga con la que hablé hoy y yo, nos cuestionamos constantemente hasta dónde podemos estirar la liga de vivir solas y plenas, sin caer en el autoengaño, pretendiendo volver placentero el dolor de un vacío.
Porque creo que eso ya es autoindulgencia.
Pensamos en qué se hace cuando una se enferma y se encuentra sola.
Vivian en su relato encuentra una solución temporal e inesperada al empezar a compartir casa con una mujer afín a ella: «a las dos nos brindaba las alegrías de la amistad civilizada y la tranquilidad doméstica, un estado vital que yo no había conocido hasta la fecha.»
«Lo que no podía esperarme fue el alivio que sentí al no vivir sola. El alivio y la gratitud. … Esa calma me hizo darme cuenta de que por lo general sufro una especie de angustia de pequeño calibre que se cuela a diario en mi sistema nervioso. Nada preocupante, y desde luego nada que no pueda sobrellevar, pero es una sensación que tengo, una que había dejado de constatar y en la que no habría vuelto a reparar si no fuera por esa calma maravillosa que me subía burbujeando por el cuerpo un par de veces al día.»
Transcribo esto y encuentro alivio solo con ese acto. Como si a través de las palabras de Vivian pudiera confesar algo remetido y escondido entre la razón.
«Angustia de pequeño calibre», eso es lo que siento atorado en el pecho.
¿De qué está compuesta esta angustia de pequeño calibre?
Felicito a mi amiga por su cumpleaños y le digo —para recordármelo a mí misma— que en el camino andamos y seguimos aprendiendo a conocernos.
Pienso que, si por cada expedición que hacemos a esos adentros oscuros de nuestras mentes filosas y punzo cortantes en cada bajón, podemos extraer algún ínfimo tesoro propio, algún descubrimiento sobre nosotras mismas, alguna afirmación que sigue resonando, alguna creencia que nos estorba ya, percatarnos de lo que sigue ahí pegado… Si de esa expedición non grata logramos extraer un poquito de luz e información, con ello podemos ir moldeando y reforzando los siguientes pasos. El problema es que siempre queremos correr.
Se me ha olvidado cómo caminar, últimamente solo sé de correr o tirarme al piso.
Es probable que esta niebla se disipe con solo caminar, y no necesite un Sildenafil para el alma o para mi escritura.
Esta postal atiende al orden de mis pensamientos, o sea, ninguno. Oscila de un lugar a otro, escarba solo por ocio, nombra y después no atiende, no se hace cargo de lo que invocó.
Tiene pensamientos y sentimientos contradictorios, no tiene un rumbo fijo, pero después de todo y siendo realistas, ¿quién sí lo tiene?
Acepto con un poco de renuencia y le doy espacio a esta montaña rusa de pensamientos, los desfogo para hacer espacio, y de esta expedición extraigo que: hay que seguir caminando para despejar la niebla de todos los días, la de costumbre.
-M.