Mi vida es eso que ocurre entre una pregunta y otra.
Ayer me preguntaron —¿cuál sería tu identidad salvaje, o sea, con qué elemento no humano te identificas?—
Más que identificarme, me proyecté. Quise imaginar algo interesante, diferente, pero solo pude pensar en agua. Cuerpos de agua.
Un cenote parecía demasiado místico para mí. O yo no soy lo suficientemente mística para ser un cenote.
Entonces una poza de agua o, idealmente, un ojo de agua podría ser más atinado.
Agua clara, transparente. Cuerpo de agua para sumergirse en él, sanar, reposar y purificarse. Pero ten cuidado con la profundidad.
La poza no miente, es transparente y profunda, puedes verlo. Tú eres quien la subestima y cree que no se ahogará solo porque no le ves corrientes aparentes.
La poza-yo a veces se siente sin cauce, estancada. A veces siente que su profundidad lo único que hace es ahogar.
Una rápida búsqueda en Internet me dice que el agua de las pozas surge de la presión natural del acuífero. Pienso en presión como sinónimo de estrés. Pienso que mis aguas vitales actuales nacieron de la presión de mi acuífero. Soy una poza después de todo. Lo pienso por un momento y asiento en silencio.
Pero como siempre se anhela algo más, pienso con envidia en un ojo de agua, que surge de una manera más pacífica desde el subsuelo, aflora a su tiempo y gusto. No había necesidad de estresar a ningún acuífero.
Pero principalmente me gusta que puede ser origen de lagos o ríos.
Agua origen de otras aguas.
Eso quiero ser también. Profundidad mezclada con origen.
La semana pasada me preguntaron — ¿a qué le tienes miedo?—
No lo escribo, solo lo pienso. Reconozco que no puedo parar con este miedo que cada día se encarama más en lugares inaccesibles de limpiar en mi psique y conciencia.
El miedo a la muerte de mis padres es algo que no me abandona. Lo siento atravesado en el pecho todo el tiempo sin razón aparente. Creo que hasta cambiado mi pulso.
Nota mental: deja de anticipar y dedícate a disfrutar.
Pero es que en la noche es tan difícil no pensarlo.
A veces duermo con miedo a que una llamada trágica y sin retorno me despierte por la noche.
No sé en qué parte del cuerpo acomodar o esconder este miedo que me está molestando como una muela enferma.
No sé si intento anticiparlo o ensayarlo, para ganarle una carrera al dolor inminente.
No quiero seguir pensando en eso.
La semana pasada también me preguntaron —¿de verdad te consideras escritora?—
No sé qué esperarían que conteste a esto. Si mi vida es un loop leer - escribir - estudiar y volver a empezar, sería necio negarlo.
¿Eso me hace escritora para los demás? No lo sé. Supongo que depende de la concepción mental de cada quien.
A falta de otro título, decido irreverentemente colgarme ese y portarlo con orgullo.
Ya cumplí mi cuota culpa-vergüenza que me da derecho a nombrarme lo que quiera.
Hace un mes viendo la presentación de un documental, la narradora preguntó —Imagina la libertad, ¿de qué color sería?—
Me quedé pegada en esa pregunta que no pude responder en automático. Primero pensé en verde, pero no se sentía auténtica la respuesta.
Lo que sí pensé días después leyendo sobre el azul de Prusia es que hay venenos que son color azul y que yo también tuve el mío. Azul marino y también aguamarina.
Aun así, con todo y veneno me gusta el azul; el azul cobalto, el azul zafiro. Pero definitivamente no lo consideraría el color de mi libertad.
Pensé en dos poemas a partir de esos colores.
Pensé —y escribí— que si mi dolor es marino, entonces el antídoto sería del color de los corales y lirios marinos.
Hoy me preguntaron —¿cómo estás?—
¿Qué se responde además de «bien»?
Pienso también: ¿de verdad quieres saber cómo estoy o solo me preguntas por compromiso?
Pienso que mi mente es muy complicada a veces.
Pienso en que hay días en que no sé cómo responder a esa pregunta y no necesariamente por una mala razón. Simplemente, no puedo responderla de golpe porque necesito formulármela a mi primero.
Así que me pregunto —¿cómo estoy?—
Y de pronto me distraigo recordando que hoy en la mañana, mientras caminaba a un lado de la orilla del mar, me pregunté cosas más interesantes que esta como:
—¿Cuánto tiempo le tomó al mar causar la erosión en forma de grietas y líneas en cada una de las piedras que están frente a mí?—
Pensé que lo investigaría llegando a casa.
Pero más adelante me atravesó otra pregunta más:
—¿Un grupo de piedras juntas podrían considerarse una familia de piedras? ¿Qué no son todos los grupos, después de todo, algún tipo de familia?—
Pienso en que si existiera algo como familias de piedras, tendría sentido para explicar el hecho de que, si ni siquiera los grupos de piedras encajados juntos en la arena por años se parecen entre sí, ¿por qué habría de parecerse entre sí una familia humana solo por estar enterrados juntos en la arena de un hogar?
Pienso en cuántas familias de piedras habrá en mi playa.
Me preguntan cómo se ve mi 2025. Evado la pregunta porque no quiero respondérsela a él.
Hoy por la mañana me flota de repente la respuesta mientras me lavo los dientes.
2025 es el año en que… ¿todo pasa? No. Decir eso es una hipérbole ridícula e imposible. No puede pasar todo en un año. Si así fuera, entonces me moriría en 2026.
Reformulo. 2025 es el año en el que parte del destino se vuelve material.
Se materializa la espera.
Me lo han dicho los astros.
Me lo susurró Dios.
Pero como la vida es un loop hasta que muramos, se materializa la espera solo para dar lugar a más espera inmaterial.
Hay tantas preguntas para las que me gustaría tener respuestas rápidas.
Pero a veces lo único que tengo son preguntas y la vida que se desliza entre ellas.
Gracias por este año de postales escritas desde el mar.
Siento que han pasado muchos años condensados en solo 12 meses y mi único deseo es seguir aprendiendo y viviendo para poder seguir escribiendo.
Te mando un abrazo fuerte, espero que pases lindas fiestas y que tu inicio de año esté lleno de calma.
-M.