Una amiga me dice: Deberían de existir pastillas para que deje de doler rápido el desamor, para que se desprendan los recuerdos de ciertos objetos o lugares.
Pienso que eso me parece cobarde. No es que ella me parezca o sea cobarde. De hecho, ella es muy valiente y se ha sobrepuesto a cosas que yo no sé si sería capaz de superar.
Es el acto de querer pasar, olvidar y dejar de sentir lo que me parece cobarde de esta percepción social colectiva actual.
Si no atravesamos el dolor, nos perdemos de todo el mundo que nos puede mostrar ese bosque lúgubre. Todo lo que en él habita. Sí, suena demasiado cliché, lo sé. Pero todo eso que ahí habita también somos nosotros. ¿Por qué no nos gusta verlo a los ojos?
Porque duele. Sí.
Porque nos han socializado a que nada debe de doler. Y que lo que duele es malo.
La escucho y pienso que hoy día no me gustaría tomarme esa pastilla. Aunque me duele, y mucho.
Ella me dice que quisiera superar eso rápido. Lleva cerca de 3 años orbitando alrededor de eso.
Pienso que yo llevo orbitando alrededor de eso 8 años.
Me impacta pensarlo. Me cuestiona.
Viene la cascada de preguntas.
¿Es acaso que no estoy avanzando? ¿No estoy superando? ¿No estoy pasando página?
¿En dónde me quedé atorada? ¿Qué puede hacer que me desatore? Para esto todo mundo tiene una opinión y un consejo al respecto a mi alrededor.
Pero a mí me interesa, más que el remedio paliativo, preguntarme ¿cómo disloco la historia que me he contado en esa órbita de 8 años de antigüedad, más los tantos desde su génesis?
Me pregunto también: ¿qué hace que algo o alguien se quede tanto tiempo en una?
¿Qué nivel de trauma acontece para que se quede ahí atorado? O pienso que más bien es un trauma reciente encadenado a otro más anterior, y otro anterior a éste y así sucesivamente, que se alimentan, se transforman y mutan como un virus dañino, y solo uno es la punta del iceberg de todo eso que no se quiere ver.
¿Es una la que hace que se queden? ¿O es la cosa la que insiste en quedarse?
¿Se queda porque, en el fondo, sí opté por la tangente de no enfrentar algo y ver eso tiene como premio a haberlo visto el lograr encontrar el botón que iba a romper la maldición en automático?
¿Cuánto tiempo debe quedarse algo o alguien incrustado en una?
¿Después de cuanto tiempo se vuelve parte ya de una?
Creo que esta astilla ya se volvió parte de mí. O la volví parte de mí. Mi rengueo en la vida lo evidencia.
Quiero solucionarlo, darle atención.
O la saco, con el riesgo de perder el miembro y por ende la memoria muscular en este y lo que forma parte de mi historia, o la vuelvo callo. La entierro profundo para que mi propio cuerpo la fagocite, la desintegre poco a poco, escrito a escrito, palabra a palabra, acción a acción.
¡¿Más poco a poco que esto?! 8 años.
Sí, más. Pero viene desde otra conciencia, desde otro objetivo, según yo.
No desde el seguir dándole vueltas porque sí, por ocio, por cobardía. Si no del devenir, el potencial, la materia prima para algo más.
Porque hoy pienso —al leer en clase que todo nos atraviesa según ciertos filósofos— pienso que entonces esto me ha atravesado profundamente.
No puedo negarlo, de hecho, ya se me cansó el cuerpo de negarlo. Tanto, que este ha colapsado y se ha levantado en huelga. Hasta que me disponga a escucharlo.
¿Cómo esta memoria helicoidal, espiral tridimensional, está atravesando mi cuerpo una y otra vez, una y otra vez?
¿Qué escombros y agravios está dejando en mí que no estoy logrando ver? ¿En qué me ha convertido que no he estado dispuesta a reconocer en el espejo aún?
Lo pienso y se me acelera el corazón. Se acelera porque sabe que escuché el grito de guerra que lleva años tratando de alzar para hacerle justicia a su lucha.
Pienso que quiero que esa espiral se convierta en una de Fibonacci.
Para que todo punto de la historia cobre sentido. Para que cada hito, cada recuerdo, sea la suma sutil de los dos anteriores, naturales. Y con esto lograr la Fibonacci.
Para que si esto es una sucesión infinita, sea divina, providencial.
Génesis. Origen. Causa y efecto.
Porque el final, diría mi amiga Eren, todo está en el lugar de enunciación de una historia.
-Mafer.