Mi cuerpo en últimos meses se ha convertido en eje, un meridiano protagonista y caprichoso.
Pareciera obvio eso de ser un eje, porque ¿cómo podría vivir sin cuerpo? Ese eje debiera estar siempre presente; el problema es justo ese, que al obviarlo pasa a segundo plano, porque funciona bien y se cuenta tanto con él, que una nunca considera la posible falla.
El cuerpo, mi cuerpo, ha intentado y fallado sin precedencia en los últimos dos meses. Sin precedencia, al menos para mí.
Se ha dedicado a brincar de un mal a otro, como una niña que salta entusiasta de charco en charco bajo la lluvia.
Este cuerpo se ha convertido en eje, no tanto por la enfermedad, sino porque él es quien ha marcado caprichosamente el ritmo al que quiere vivir, sin tomar mi opinión en cuenta.
He pensado largo y tendido sobre qué es lo que a mi mente le causa conflicto de la enfermedad o el padecimiento, y me topo de lleno con la incapacidad, la imposibilidad de ser y hacer como normalmente se es y se hace.
Me he enfrentado con la frustración que conlleva y también con la necedad y osadía de querer regresar cuanto antes a ese estado óptimo. Pero ¿óptimo para quién? Porque parece ser que para mi cuerpo, el único estado óptimo actualmente es el descanso, la pausa, la lentitud, la paciencia y la calma. Me guste o no.
He personificado hasta el cansancio en estos últimos dos meses la frase «todo toma su tiempo.»
«Si no es una cosa, es otra», es otra de las premisas de la que he querido escapar mentalmente para no hundirme en el discurso auto lastimoso y victimista de ¿por qué me pasa esto a mí?
No sé por qué —o sí—, pero ni siquiera importa, a menos que en esa razón esté la cura y la solución. Si todo es circunstancialmente irremediable (y no tan grave, para ser sincera), habría que enfocarse más en el transitar y menos en el entender.
La cabeza martillando inauguró este gran recorrido: con ella pasé del cansancio e imposibilidad de un cuerpo con COVID, dejando a su paso un remolino emocional y anímico de un post COVID, completamente embarrado de profundo tedio y una bruma mental, francamente desesperanzadora y desesperante mientras estaba en el ojo de la tormenta.
El cambio de aires fue mi intento desesperado, y con la familia se me ahuyentaron esas nubes; pero esos aires me trajeron también una gripe que tuve que empacar y traerme sus estragos de regreso a casa.
Llegar acá, fue llegar con muchísima energía dispuesta, la cual, a los pocos días se me amontonó a borbotones en forma de líquido sinovial derramado en la rodilla derecha, sin explicación aparente.
Estos borbotones de energía frustrada y acumulada, fueron lentos y difícilmente dolorosos de drenar, aceptar y de cuidar con paciencia y compasión.
Lo que empezó en la rodilla, al cabo de una semana terminó en una sobrecarga muscular en toda la pierna, misma que obligó a una práctica lozana y devota de paciencia y compasión a mi cuerpo, sus procesos y tiempos que se extendieron por dos semanas.
¿Realmente qué puede hacer una si la rodilla se rehúsa a soportar el peso de una misma? Nada, sentarse. Nada más, porque ni el mismo cuerpo se aguanta ya. Y hay que respetar y honrar ese hecho, darle espacio.
Fue reconocer con humildad, y un poco de resignación, que yo no mando en mi cuerpo tanto como él en mí —entiéndase por mí, mi mente necia y controladora—. Sin cuerpo, no hay medio ni instrumento. Y la cabeza se enajena con eso.
A diferencia de otros momentos de incapacidad, ahora tenía esta conciencia arraigada de cuidar a largo plazo este instrumento único y perecedero que tengo. Con todo y la cabeza rezongando.
Me tocó hacer calma, construirla, tejerla puntada a puntada, como a manera de impermeable que protegiera a la paciencia de todo el chubasco de imprevistos.
La rodilla me enfrentó al dolor, a la desesperación, pero sobre todo, me mostró el efecto de la rigidez. Un poco inconscientemente, evidenció la necesidad de ser más flexible con mi presente y lo que en él hay.
Si me pongo poética, la rodilla fue el punto neurálgico del que, después de la contracción, vino la liberación. Incluso, en una sesión de fisioterapia profundamente dolorosa, lloré y lloré tanto por dos horas, que al salir de ahí, concluí que mi cuerpo lloró más que el dolor físico. Y si ese dolor físico sirvió de embudo para drenar desde adentro lo que necesitaba un cauce para salir, enhorabuena líquido sinovial y sobrecarga muscular.
Salí de ahí adolorida y desguanzada, como quien se ha dado un buen tiro, pero al mismo tiempo con la rendición en la cara. Rendición a lo que tenga que ser.
Ese mismo día, completamente sin energía, me enfermé del estómago en la noche y al día siguiente fue imposible existir. El estómago se llenó de nudos y truenos, dentro de mí había una tormenta que causaba mareas inestables en mi centro. Esta tormenta, junto con la rodilla necia, empañaron mi rutina por cinco días más, en los que la lluvia interior iba decreciendo poco a poco hasta que salió el sol otra vez.
En este sexto intento de retomar el impulso, la rutina y la normalidad, hace dos días empecé a sentir un pequeño rayo atravesar mi abdomen bajo del lado derecho, al mismo tiempo que un pequeño globo se inflaba dentro de mí poco a poco; corrientes de aire que naufragaban adentro sin encontrar un lugar propio, se sentía como si hubiera algo ahí que no pertenecía. Una especie de calambre que mermó comodidad, concentración y sueño. La incapacidad de simplemente estar sin incomodidad.
Ese calambre fue remediado por el gastroenterólogo y etiquetado como un colón irritado. Menos mal, porque mi mente, que ya había tratado de guardar la compostura los cinco contratiempos anteriores, colapsó a este punto y ya se imaginaba con una apendicitis en el hospital, angustiada, sola y sin saber qué hacer a las 2:00 am.
Los últimos dos meses han sido una cascada de dolencias que parecen inconexas, pero que estoy segura comparten un origen. Aun cuando no pretenda rastrear el origen somático, el origen, el punto de partida, sigue siendo este cuerpo que habito, mi instrumento para poder, o no, vivir y ser.
Sin quererlo, estar enferma me llevó a estar constantemente alerta y pendiente de las sensaciones de mi cuerpo, y eso me dio una gran herramienta escritural muy importante; una técnica que no había explorado tanto: poder corporeizar lo subjetivo y ambiguo, llevarlo al cuerpo. Poder describir de manera tangible y material, sensaciones como dolor, incomodidad, malestar, incapacidad y nombrar cómo me atraviesan y cómo me hacen sentir.
A principios del mes, empecé a leer Dios fulmine a la que escriba sobre mí de Aura García-Junco. Un texto que aborda la muerte de su padre en una especie de recorrido para tratar de entender, a través de los libros que le heredó en su biblioteca, quién fue él como persona y no como padre de Aura.
En varios momentos, toca el tema de la decadencia del cuerpo al envejecer, y cómo es que no solo envejece el cuerpo, si no la mente y las ideas junto con él. Cómo alguien que pudo haber sido tan progresista en su época, con el paso del tiempo, envejece él, sus ideas e ideales, para verse completamente arrollado por nueva carne, nuevas ideas, un nuevo mundo.
Subrayé este párrafo:
«¿Por qué la pena ante la decadencia del cuerpo? ¿Por qué es ilícito nombrar los dolores, las fallas? Seguramente tiene que ver con la fobia a aceptarnos como animales en una sociedad que idolatra la razón como si estuviera despegada del cuerpo, solo para darse cuenta un buen día que el razonamiento ES CUERPO y que todo se empieza a atrofiar al mismo tiempo.»
Cuando empecé a leer este libro, no pensé que encontraría tanta identificación en lo que respecta al ineludible paso del tiempo, la vulnerabilidad y el cambio del cuerpo y las nuevas realidades a las que, nos guste o no, tenemos que terminar por habituarnos, maniobrando esfuerzos por hacer un control de daños que sume dignidad y calidad de vida en diferentes momentos. Y ya no hablamos solo de un tema físico, también hay que considerar, con su peso entero, a la salud mental por igual.
No sabía cómo empezar a hablar de todo esto en esta postal, así que empecé por escribir un poema improvisado con una técnica creativa que aprendí por ahí:
Aplicar la bibliomancia: abrir una hoja de un libro al azar → subrayar las palabras que llamen la atención → y tratar de conectarlas para crear un nuevo texto aprovechándolas como detonantes de escritura.
La novela que se me atravesó fue “Troika” de Isabel Zapata, la cual solo he hojeado y encontré todas estas palabras que no podrían haber sido más atinadas y útiles para crear un texto sobre mi cuerpo y sus recientes achaques.
Te dejo las palabras subrayadas y el poema improvisado:
~El mapa corpóreo de mis dolencias~ El cuerpo con el que transito y la comodidad que pasa por mi costado la que también duerme conmigo a veces se vuelven lugares abandonados que apenas se distinguen entre la reverberación del haber sido y los espasmos y dobleces que aparecen hoy. Disociación de impulsos vitales alientos inconexos entre sí falta de ritmo y sincronía atrapada en estructuras oxidadas la piel roja, la sombra enmarcadas por una resistencia, la necedad de hacer Piedras y jardines piedras habitando los jardines o jardines habitando las piedras todo, un intento de reconstrucción primigenia. El cuerpo y su costumbre, sepultura imaginaria a veces un sonoro gemido que se ahoga entre luces blancas y aire congelado de un consultorio o de la mente obsesa por igual. La incertidumbre como ofrenda —a veces estéril otras no alcanza— a los caprichos del mismo contenedor ese cuerpo al que le sostengo la mirada en los espacios oscuros de queja, no sé si como amenaza o tal vez como un rezo al aire, Y mientras voy respirando esta tregua recobrando el ritmo, espero que la sombra y la ofrenda me regresen el hábito de la vida.
Fue un mero ejercicio ocioso y creativo para poder empezar a deshebrar algo que ni en mi propia cabeza tenía claro.
No había podido hacer este recorrido desde un lugar que no fuera la queja, y más bien, solo fuera un ejercicio de observar y nombrar cómo se sintió todo esto.
Y así me despido —esperando que no haya un round siete de enfermedad y achaque— citando otra vez a Aura García-Junco:
«Las enfermedades son el recordatorio más preciso de que somos un cuerpo.»
Te mando un beso y espero que tu bello cuerpo y mente estén bien, hoy en día ese es un gran lujo.