Ha pasado una semana desde que regresé a casa.
Y se ha sentido como llegar al rincón que solo tú conoces de una playa solitaria.
Recostarte en la arena calientita que te sostiene suavemente, pero que con su aspereza te recuerda que no perteneces tanto ahí como a tu cama. Volteas y te ciega el azul opaco y lechoso de un cielo despejado y radiante; te dejas envolver por toda esa paz conocida, cuando de pronto, te golpea con completa sorpresa una ola burda que ni esperabas, ni viste venir.
Así se ha sentido el regreso a casa, al espacio del que esperaba aburrirme en menos de 72 horas.
Pero no. En menos de 24 horas ya estaba agendada por el destino la primera sorpresa, ahí, incrustada en el espacio, ineludible y yo, tan ingenua como aburrida, ni por enterada me daba hace una semana.
Esta semana se ha sentido como meses enteros. Meses en los que han pasado variedad de cosas: sorpresas, desventuras, contratiempos, descubrimientos. Se apagan viejas llamas, se encienden nuevos sueños.
Todo se ha vivido con una sorpresiva calma. Observando primero. Después reaccionando.
Últimamente vivo con una capa muy fina de aburrimiento pegada en los poros, la sensación de que no pasa nada nuevo en este anillo infinito e interminable de días iguales.
Y de pronto, hay semanas como esta, que vienen a recordarme que no estoy muerta, que no soy un fantasma ni una sombra, y que, en realidad, hay mucho aún por recorrer y aprender.
Esta última semana, aprendí (o al menos eso creo) un poco de esto:
Una nunca sabe el día que le espera cuando recién abre los ojos por la mañana, con esa certeza de creer saber lo que le espera. No importa lo que creas o planeas, nunca lo sabes.
No se murió nadie (o al menos nadie que yo conozca), sin embargo, esto me recuerda a algún libro que leí hace poco, ya no recuerdo cuál ni en dónde ni de qué iba, pero seguro lo escribió una mujer, porque últimamente leo mujeres —me doy cuenta que sin planearlo, he estado leyendo muchas cosas sobre la muerte—. Decía algo como que la muerte nos sorprende aun cuando hemos hecho planes para el futuro. Inconscientemente, creemos que haber hecho planes nos exime de la muerte. Pienso que si así fuera, los que se mueren no morirían y los que no se han muerto, probablemente morirían. También pienso que tal vez incluso yo ya hubiera muerto bajo esta premisa de no hacer planes.
Divago. El punto es que nunca sabes lo que está a la vuelta de la esquina. A veces literalmente.
De los abismos que se abren entre personas que alguna vez fueron uno, o creyeron serlo. Y si no eran uno, eran un espejo por lo menos. Una copia calcada a base de familiaridad e intimidad. Que se perdió en el tiempo y en su lugar, se formaron abismos profundos, oscuros, tan densos que se sienten en el aire. Revoluciones en espirales descendentes hasta lo más hondo e infranqueable. Irremediable. Irreparable. Inextricable. Irresoluble. Y sobre todo, inabordable. Lo veo y lo siento cuando miro sus ojos desconocidos.
Que lo que yo considero básico, vital, primario e indispensable —casi obvio—, para otrxs no lo es. Más abismos.
Que una no puede revivir glorias pasadas nada más con la simple voluntad de querer volver a gozarlas, sin considerar el tiempo y espacio que ahora se habita y todo lo que se modificó en el medio. «Una no puede revivir glorias pasadas» me repito, me alecciono. El pasado ya pasó y a veces, ni tan glorioso fue. Solo es que así te gusta recordarlo, ingenuidad.
Hablando de pasado, fui testiga de cómo el pasado y las historias a veces necesitan espacio, silencio.
—A manera de reverencia, creo yo, a manera de respeto y solemnidad— escribí en mi diario.Confirmé que sé que hago muchas preguntas, pero tuve que conformarme con que no todas tienen respuesta. A veces, la persona de enfrente no conoce ni siquiera las palabras para responder a mis interrogantes. A veces, ni siquiera yo conozco las palabras para responder a mis interrogantes. Lección: aprender a vivir sin algunas respuestas.
Con esto también me pregunté por qué la gente no se pregunta más cosas. Yo puedo vivir sin respuestas, pero no puedo vivir sin preguntas. Ahí está, otra pregunta: ¿cómo es que puedes vivir sin preguntarte todo esto? —quise hacérsela, pero me aguanté.
Escribí también en mi diario:
No es bueno confiarse demasiado.
Sé muy bien que a tu alrededor siempre debo andar de puntitas.
Siempre has sido una mina a punto de explotar.De cuántas veces hay que morir en vida para renacer. O para dejar que surja una nueva capa de ti. Escuché una entrevista de Natalia Lafourcade sobre su disco De todas las flores mientras lavaba los platos. Hablaba de esto, de cómo ese disco se volvió el reflejo y constatación del punto final de ciertas etapas y versiones. De como, por más resistencia que se oponga, hay cosas que se acaban y una necesita dejar morir con dignidad a esa versión para hacer espacio a nuevos brotes de flores. Escribo en mi diario esto:
Escucho a Natalia Lafourcade hablar sobre su muerte en vida y sobre cómo morimos para renacer.
Llevo tiempo creyendo que yo ya lo pasé, que ya me pasó.
Hoy creo que tal vez no, tal vez no me he dejado morir del todo.
Tal vez los últimos 3 años, ¿4?, he sido un paciente terminal, agonizante, que se resiste a desvanecerse.
Tal vez por eso a veces me siento como muerta en vida.
Tal vez por eso perdí mi brillo, por eso no encuentro rumbo, porque no he dejado morir a esa que ya no soy, porque me sigo aferrando a ella en un umbral caduco y a cambio, solo me queda una versión zombie y moribunda de mí.Aprendí también que nací con la luna de plata, que estoy cuidada por infinidad de seres corpóreos e incorpóreos, y con esa confianza y certeza me puedo lanzar a donde sea. Que necesito regresar a mí, solo para expandirme y brindarme de nuevo. Que es urgente reconocer las cualidades mías que he depositado en otrxs y con lo que me he despojado de mi propio poder y soberanía. Que ahí donde da más miedo, es a donde hay que ir. En resumen: que nada es tan en serio y a la vez es necesario tomarme en serio.
Aprendí que es sanador llevar al cuerpo la emoción, y no dejarla que se quede solo en la mente. Así que, heme aquí, corporizando emociones, sentimientos y vivencias para poder contártelos.
Que es momento de recuperar el disfrute y la ligereza. Aprendí que tengo que jugar más, disfrutar(me) más. Preocuparme menos. Esperar menos. Pretender menos.
Leo de Aura García-Junco en Dios fulmine a la que escriba sobre mí, lo siguiente: —«El orden perfecto es imposible», dice Roberto Calasso «sencillamente porque existe la entropía»— googleo qué significa entropía: “magnitud termodinámica que indica el grado de desorden molecular de un sistema. Medida de la incertidumbre existente.” Lo anoto en el pie de la página.— Pero sin orden no se puede vivir… es necesario encontrar un término medio entre esas dos afirmaciones— concluye Aura, y yo pienso que hay que darle un orden personal a la entropía, por salud mental; algo como una rutina salvavidas de cordura entre la locura.Y en esta observación intensa de los últimos días, he podido observarme más entera, más sabia, más en calma. Me reconozco y a la vez no. Y eso es bueno, porque me sigo sorprendiendo y reconociendo. Y a la que reconozco hoy es a una Mafer más ecuánime, que a veces (muchas veces) se siente poca cosa, pero que es cúmulo —cada vez más grande— de mucho: amor, aprendizaje, vivencias, afecto y estima de otrxs. Una gran conquistadora necia de su propia soberanía, para vivir en la realidad que ella quiere vivir, aunque a veces le cueste trabajo sostenerla de tan gloriosa y vasta que es.
No sé qué pasó esta semana, qué se movió, qué se liberó, pero hoy me siento ligera, segura, en calma. Como si me hubiera sido revelado uno de los grandes secretos de la vida.
Ya veremos cuánto me dura.
Espero que tengas un domingo rico y que tu semana traiga muchas cosas lindas.
Te mando abrazo.