Hola, ¿cómo estás?
Siento que tiene mucho tiempo que no paso a saludarte, pero jamás me olvido de este espacio y la consigna que tengo contigo de mandarte postales de donde sea que andemos yo y mi mente.
Me había perdido un poco de aquí porque después del subidón que me dio mi cumpleaños, vino un bajón inexplicable: de emociones, de pensamientos y de todo.
Fue una semana de casi no poder salir de la cama, los días de lluvia empeoraron el asunto y me quedé sin fuerzas, ganas o luz alguna.
En esos momentos de bajón es en los que, el último año, he aprendido —o tratado de aprender— que es ahí cuando más debo de tenerme paciencia, amor incondicional y empatía.
Es ahí, en esos espacios oscuros, donde mi yo autoexigente y desmedido empieza a reprocharme todo lo que no hago y no soy. Y también es ahí en donde tengo que poner en marcha una práctica aún forzada, un engranaje poco engrasado de bondad y paciencia hacia mí.
Entender y confiar que ese bache no puede durar para siempre, confiar en que pasará y volveré a tener energía y ganas. Aunque en ese momento se sienta tan absoluta y definitiva la oquedad.
Entonces me tuve que mover. Porque ya me sentía entumida y viciada. Casi loca.
Me vine a Querétaro a pasar unos días con mi familia, a cargarme de pila, a cambiar de aires, a manejar calles diferentes, a dormir en una cama diferente, a ver caras diferentes, a escuchar a pájaros diferentes en la ventana, a pasear a Nala por caminos diferentes, a hablar con otras personas, y sobre todo, a abrazar a mis sobrinos que con sus cachetes resuelven el mundo entero.
Vine a oler la tierra mojada con la lluvia, sin agobiarme de los estragos que tiene la misma en Veracruz.
Vine a escuchar los pasos de mi mamá desde temprano y a notar su presencia y amor en los detalles más chiquitos y bondadosos. Vine a oler la loción y el café de mi papá por las mañanas, a recibir el amor bondadoso de la primera y el apache del segundo.
Vine a regalar y tomar tantas risas que me hacen falta allá.
Vine a dejar que mi hermano chico —Rafa— me moleste hasta el cansancio, para no molestarme yo a mí misma.
Vine a escuchar la risa de mi hermano de en medio —Mundo— y a ver su ritual de despeinarse los chinos uno por uno cuando ya es de noche y estamos platicando en su casa e inicia esta ceremonia que inaugura el fin del día y la aproximación del sueño.
Vine a visitar otras librerías, escuchar otras recomendaciones y crear nuevas conexiones.
Vine a ver si encuentro personas del pasado contiguo y también lejano.
Vine a medir mi presente en relación con la ciudad del pasado.
Vine a sentir que llevo mi casa dentro de mí y que puedo hacer hogar y rutina en donde yo decida y quiera.
Vine a entender que yo no soy Veracruz, ni Veracruz soy yo, por mucho que me gustaría.
Vine a escribir en cafés, en lugar de escribir en mi casa, en la misma mesa y la misma silla de siempre.
Querétaro, a pesar de ser mi lugar de nacimiento, en últimos años había sido un lugar en el que no encontraba paz ni calma, por eso lo evitaba, pero ahora ha parecido ser un oasis de reposo para mi mente.
Hasta hace unos días entendí por qué necesitaba esto y por qué inconscientemente lo busqué: acá entre tanta vuelta, tanta gente en una misma casa, tanta cosa qué hacer, tantas personas de quienes estar pendiente; no me da tiempo de pensar y mucho menos de oírme a mí misma.
Esa sordera interior que tanto me molestaba antes, ahora resultó ser el antídoto que necesitaba.
En Veracruz paso demasiado tiempo sola con mi mente y mis pensamientos. Acá, han perdido fuerza y eco.
No he tenido tiempo de cuestionarme qué estoy haciendo o en dónde estoy en el mapa de mi vida.
Pero también sé, perfectamente bien, que esto no es sostenible a largo plazo. Sé que hay que volver y con esa medida lo disfruto, sabiendo que se va a acabar.
Y en esas vueltas que he dado, la semana pasada fui a un taller de escritura introspectiva muy casual y entretenido.
El tema central era la creatividad.
La pobre creatividad impone tanto, que hace falta sacarla a pasear casualmente y sin miedo ni pretensiones, como en los ejercicios a los que jugamos en el taller.
En un ambiente muy casual y evocador, Emilia nos hizo preguntarnos lo siguiente:
Si tuvieras que describir en dónde te encuentra la gente, ¿qué dirías? ¿en qué lugares, qué momentos, qué olores, qué sensaciones, qué sabores, qué colores?
¿En dónde encuentran a Mafer?
Esta me parece una gran oportunidad de apreciación, reconocimiento y observación, además de resultarme extremadamente poética.
Así que ahí te va la lista que armé en los 10 minutos que duró el ejercicio:
Me encuentras en los ojos llorosos que a penas logran contener el llanto y que saltan por todo en la invocación de emociones pasadas en los libros subrayados, rayados y anotados en una taza de café en la mañana, pero nunca antes de un vaso de agua. Me encuentras siempre en las pláticas sinceras y profundas Me encuentras sin falta en las historias contadas a detalle y con mucha emoción Me encuentras en la voz que se alza cuando algo emociona Me encuentras en los ojos que brillan y se hacen chiquitos cuando sonríes Me encuentras en la risa sincera en un gesto serio que en realidad esconde timidez en el color naranja en combinación con verde, azul y amarillo pero más en el azul cobalto en una ágata verde o una esmeralda. Nunca me vas a encontrar en el color rosa, al menos no voluntariamente. Me encuentras en las miles de hojas carta cortadas a la mitad con escritos de sentires que al momento se me olvidan. Me encuentras en las mañanas lentas y pausadas, intencionadas y distraídas. Me encuentras en la curiosidad, las preguntas infinitas, las ganas de saber. Me encuentras en el perfeccionismo que intenta compensar. Me encuentras en los abrazos tímidos. Me encuentras en la queja como alivio. Me encuentras en una guarida creada con sábanas. Me encuentras en audios eternos de Whatsapp. Me encuentras sin falta en las notas de mi celular. Me encuentras en la vulnerabilidad sin vergüenza. Me encuentras en la poesía. Me encuentras en la melancolía recurrente, viciosa y ociosa. Me encuentras en Portugal, aunque nunca haya ido, en sus personas cálidas y buenas anfitrionas, en sus azulejos de colores, en su mar. Me encuentras en la plática densa y eterna. Me encuentras en la almohada que se abraza para dormir. Me encuentras en el cuestionamiento, a veces sin sentido. Me encuentras en las noches de pijamada en las que se concilia el sueño mientras se siguen contando historias con la luz apagada. Me encuentras en una palmada en la espalda. Me encuentras en una rueda de hámster. Me encuentras en el deseo no dicho. Me encuentras en los besos de Nala. Me encuentras en el pan dulce. Me encuentras en las manos y la memoria de él. Me encuentras también en los sueños en los que nos volvemos a ver. Me encuentras en el bosque de niebla de Coatepec, a la orilla del río. Me encuentras también en Punta del Diablo, Uruguay, en un amanecer en una playa remota, sola, recién levantada, en pijama, en la terraza mientras corre aire congelado a las 6:30am. Me encuentras también en Cabo Polonio, Uruguay, pueblo pesquero y de leones marinos, en medio de la nada, sin electricidad, en el faro al atardecer muriendo de frío y conmovida por la naturaleza y lo hondo de la soledad, en la noche estrellada más hermosa sin nadie con quien compartirla. Me encuentras en el canto de los pájaros en la mañana. Me encuentras en la brisa ligera y húmeda que se siente cuando pasas a un lado de un lugar con muchos árboles o plantas. Me encuentras en el olor del Nardo y el huele de noche. Me encuentras en las pláticas con extraños. Me encuentras en un constante camino perdido.
¿Cómo ves?
Lo que más me gusta de esta lista es que está viva, puede ser tan eterna como una quiera; tan cambiante como una experimente y decida; tan ambigua y certera. Pero siempre cambiante y casi eterna.
Me encantaría saber un lugar en el que, para ti, me encuentras siempre ahí ❤️
¿Qué tal si piensas en dónde te podría yo encontrar a ti?
Gracias por leer hasta acá y si la próxima semana sigo acá y no se me ocurre nada más, te escribo sobre otro ejercicio que tuvimos en el taller que también da para mucho.
Mientras, te dejo algunas fotos de momentos de acá.