El viernes pasado cumplí 35 años y a penas estoy tratando de terminar de integrar lo que ha pasado y lo que ha implicado para mí más en el fondo. Allá en el rincón de mi ser donde me pongo más analítica y otro tanto filosófica-existencial. Ahí donde rumio y dudo, principalmente de mí.
Sería bastante justo decir que los 34 fueron el año de la lucha, del colapso, de la crisis, de la pérdida.
Me perdí, me solté y creo que aún no termino de encontrarme.
Lo cual no necesariamente es malo. En este año aprendí a tomar con calma y paciencia la idea de no encontrarme en ningún lado. Ni siquiera adentro.
Solté todo lo conocido con la idea ilusoria de tener las manos libres para recibir y agarrar cosas nuevas. El tema es que no sé ni qué estoy buscando. Y cuando una no sabe lo que busca, nunca se da cuenta cuando lo recibe.
Según yo perseguía libertad. Hoy me siento más prisionera de mí misma que antes de soltar.
Prisionera de mí misma, de mi cabeza y sus cercos limitantes.
El meollo del asunto lo resume perfectamente bien esta frase de Deborah Levy:
La libertad nunca es gratis. Cualquiera que haya luchado por ser libre sabe cuánto cuesta.
Salir a tratar de buscar mi libertad me ha costado mi estabilidad, mis certezas, mi ingenuidad, mi seguridad y mi confort. Me ha costado ver con menos frecuencia a esa versión mía, más luminosa, animada y optimista de antes, para quedarme conviviendo con una especie de fantasma de mí, una versión lúgubre, pesimista, deprimida y miedosa de todo.
Porque mientras escribo esto, me doy cuenta de que sí solté, pero solo unas cosas creyendo que había soltado todo por completo. Pero lo que no solté fueron las anclas más pesadas, esas que viven en la mente, esas que me hacen creerme poco valiosa y merecedora, que a veces me llaman cobarde solo por no tener claro el camino, esas que me susurran que yo estoy mal solo por no parecerme a nada allá afuera, que creen que tener miedo mientras una se hace su propio trecho es de cobardes. ¡JA!
Las semanas anteriores al cumpleaños fueron semanas de días en espiral. Esas espirales que me llevan a mi profundidad y oscuridad. Una oscuridad que sigo negando por ratos y que me sigue asustando. Una oscuridad que cada vez me parece más familiar y, al estar lejos de normalizarla y hacer las paces con ella, me sigue pareciendo una intrusa cuando es a todas luces anfitriona.
Lo que sucede en esas espirales es que, cuando pasan las olas de miedo y duda, me dejan parada en un llano de victimismo en el que me siento indefensa e incapaz de hacer algo por mí misma.
Pero, regresando a la idea de las manos vacías, que se vaciaron para recibir y la paradoja es que no saben con certeza si están recibiendo algo… volviendo a eso, mi cumpleaños resultó ser un guiño de la vida para dejar en evidencia lo que al parecer a mí me cuesta tanto trabajo ver.
El cumpleaños resultó ser luz, la chispa que iluminó la habitación en la que estoy. Una habitación en la que me siento mayormente a oscuras y por ende me creo sola, pero al encenderse la chispa, pude ver a toda la gente que me acompaña y aguardan por mí en esa habitación.
Había más gente de la que yo creía.
Había más gente sintiendo y dando más cosas de las que yo creía ser merecedora.
Corrijo: no había. Hay.
Hay más gente de la que yo creía.
Repaso todo lo que recibí en mi cumpleaños y me parece todo tan paradójico.
Paradójico porque el año en el que más sola me he sentido conmigo, es en el que más personas se hicieron presentes para quererme y acompañarme incondicionalmente.
El año en el que menos me he querido y he sido incapaz de valorar mi andar, es en el que la gente alrededor no se ha rendido conmigo, no se cansan de tratar de hacerme ver lo grandiosa que soy a sus ojos, no se cansan de contarme mi historia para que no se me olvide quién soy y el camino recorrido.
El año en el que más perdida me he sentido, es en el que la gente parece encontrarse en mí y sentirse más cerca de la esencia.
El año en el que sentí que mi vida se pausó en un limbo de confusión y un laberinto sin salida, es en el que al parecer he avanzado más de lo que soy consciente en mi victimismo.
El año en el que me he preguntado sin parar quién soy y qué hago aquí y en el que muchas veces no he encontrado una respuesta, es en el que la gente puede ver más claramente mi propósito.
El año en el que siento mi vida un loop de monotonía y apatía, es en el que más cosas valiosas y variadas han llegado a mí por casualidad y que, en mis momentos más optimistas, los adivino como parte aguas para el futuro que anhelo aun sin sospecharlo siquiera.
El año en el que menos he podido entender (me), ha sido en el que, de una forma extraña e irónica, más comprendida me siento, sin explicaciones y a mi ritmo, apoyada, sostenida incondicionalmente, hasta justificada y excusada sin entender cómo o por qué.
El año en el que siento que todas las certezas que tenía de mí se han ido desvaneciendo y se han quedado como migajas regadas en el camino, es en el que los demás han visto verdadero potencial, futuro, destino.
Y me pregunto: ¿es acaso cuando una ve y siente todo más revuelto, confuso y perdido, que realmente está por despejarse el aire para darle paso a la claridad, una claridad que no conocía?
Veo a la gente a mi alrededor observar amorosa y pacientemente mi caos. Y constantemente tengo la sensación de que ellxs saben algo que yo no sé, pueden ver algo que yo no estoy viendo. Tienen una certeza que yo no tengo.
Saben indudablemente que voy a trascender esto. No sé cómo lo saben, pero lo saben. Saben que esto es parte del proceso y que voy a estar bien. Aunque les duele verme sufrir en el camino, saben que puedo hacerlo.
Yo ya no lo sé, no lo siento, no lo veo. Se me agotó la confianza ciega.
Lo único que realmente siento y agradezco, es su certeza como un roble del que yo me sostengo para no caerme, para no salir volando en este torbellino que no parece tener final.
Veo a la gente a mi alrededor observar amorosa y pacientemente mi caos.
Y resisto solo por eso. Lo tomo como una señal. Como un aliento, como oxígeno.
Lo pienso y por un momento creo entender.
Creo entender que una no apresura la cosecha. Que el fruto toma tiempo. Una confía en la semilla que sembró y en los cuidados que le da instintivamente. Una entiende que la naturaleza, tan potente y sabia, tiene su propio ritmo y es de necios e ignorantes querer apresurarla.
Sembrar - existir - recibir.
Ese es el ciclo natural. Es inercia de vida.
Ese espacio es en el que tengo que aprender a navegar.
Una amiga me dijo en mi cumpleaños: ya sembraste y esperaste mucho, este es el año de cosechar.
Tal parece que efectivamente una ve solo lo que elige ver. Y yo y mis manos no estábamos viendo lo que hemos estado recibiendo este año. Los primeros frutos, promesa de una gran cosecha. Una cosecha sin precedentes, porque ahora sí se le apostó todo en la siembra.
En el torbellino me perdí, me confundí, me cegué, ensordecí y me quedé solo con el eco distorsionado de mí misma que no me deja apreciar lo que tengo en frente, atrás y a los lados.
Pero mi cumpleaños fue la chispa que necesitaba para ver, entender y sentir.
Ver, entender y sentir que estas olas tan profundas de amor que recibo, no son magia ni casualidad.
Son efecto y también son causa.
Son materialización de mi transparencia.
Son mi vulnerabilidad entregada, convertida en amor y fuerza.
Son el relevo que me sostiene mientras yo tomo fuerza y recargo mi energía vital.
Son espejo. Nada más que espejo de lo que soy y no puedo sentir ni ver.
Mi cumpleaños fue la llama de un cerillo frente a un espejo en medio de la oscuridad, que me dejó ver mientras duró el fuego, el reflejo de lo que soy a través de los rostros, las voces, el amor y las acciones de cada persona en mi andar.
En cada una de esas voces, de ese amor, de esas acciones que me brindan, pude verme a mí misma también.
Es tremendamente sobrecogedor sentirme tan sostenida y comprendida.
Tanto que llevo días preguntándome ¿qué hice para merecer esto, tanto?
En el fondo sé que esa no es la pregunta. No es la pregunta que importa.
Porque también sé que la respuesta es más simple de lo que creo. Lo único que he hecho ha sido ser, existir. Sin mayor mérito que ese. Por muy simple que parezca.
Y qué belleza recibir tanto solo por existir.
Entonces ahora, el compromiso recíproco es hacer las paces con ese hecho.
El hecho de recibir tan solo por existir.
Entender que así es, y negarlo no va a cambiarlo, pero sí puede alejarlo.
Entender que llevo años sembrando y cuidando.
Y que es momento de existir para recibir.
El año de la cosecha está aquí.
Gracias a todos y todas quienes han caminado conmigo y han observado paciente y amorosamente mi caos.
Les quiero con el alma.
-Mafer
Estas fotos fueron en mi cumpleaños de hace 2 años. En las hermosas playas de Roca Partida con una de mis personas favoritas: Marce. Uno de los momentos en los que fui más feliz y no lo sabía.