Acabo de terminar de leer hace unos días un libro recién publicado que se llama La Seducción de Sara Torres.
No es un libro ordinario en ningún sentido. Creo que hay que tener la disposición, la paciencia y la mente abierta para confiar y dejarte llevar en el viaje, para dejarte guiar por todos los estadios que Sara planeó minuciosamente para develar la historia y demostrar el punto que quería:
La seducción no es un proceso ni mucho menos fácil ni gozoso en el mayor de los casos, sobre todo cuando les involucrades no saben sostener ni manejar la espera y la incertidumbre.
No es mi intención hablarte largo y tendido del libro, tanto como de los pensamientos que se quedaron pegados en mi cabeza después de leerlo.
A manera de contexto, en La Seducción hay dos protagonistas: una fotógrafa de 30 años y una escritora en sus 50 años. Dos mujeres lesbianas, atraídas por alguna razón a través de correos electrónicos y ahora se encuentran reunidas físicamente en la casa de la escritora tratando de averiguar ahora qué sigue en términos de seducir, desear, conocerse.
Es un viaje que inicia tedioso, que se sostiene de la constante rumiación de la fotógrafa. Una mujer profundamente insegura a causa de una madre hermosa que le hizo pedazos el autoestima desde pequeña, dando como resultado a una mujer adulta que no puede sentirse remotamente hermosa a su manera y mucho menos, creerse capaz de ser objeto de deseo para alguien tan icónico como la escritora.
La mitad del libro es el debraye mental de la fotógrafa: sobre analiza el más mínimo gesto de la escritora que no le da mucha bola (al contrario, a veces parece que no le gusta tener a la fotógrafa en su casa); se compara constantemente y en los detalles más ínfimos con las mujeres a su alrededor, comparación en la que nunca sale bien parada su auto percepción; y se siente inferior todo el tiempo a muchos niveles.
Todo esto da como resultado que ella no sea capaz de dar un paso hacia adelante que provoque algún encuentro o reacción de la escritora.
Así que ambas se mantienen en esta tensión y este limbo de incertidumbre, deseo que no se sabe si es correspondido, lucha interior, duda y necesidad de ser vista por la otra.
Para mí fue una experiencia agria porque la fotógrafa con tanta inseguridad, me generaba cierto repele hasta que me di cuenta de que me estaba viendo reflejada un poco a mí misma.
Podía reconocer claramente esas rumiaciones extenuantes que acaban con mi estabilidad y seguridad mental, la comparación eterna y la sensación de nunca ser suficiente.
Algo que me gustó mucho de la novela, es que Sara logró retratar en detalles minúsculos, flashazos en el pensamiento de una misma, en donde se esconden reminiscencias de la sociedad diciéndonos cómo se ve una mujer bella, deseable, femenina: el canon.
Por ejemplo aquí:
La frustración del hambre me daba ganas de llorar (de pequeña). Por otra parte, me enorgullecía que las dos comiésemos lo mismo, estar un puñado de cacahuates más cerca de convertirme en ella, un ser coqueto y delgado.
Yo admiraba por igual el vientre esculpido de mi madre y los filetes empanados de las demás. Si había que elegir entre una cosa o la otra, no podía decidirme. Lo que sí parecía ser verdad es que mi cuerpo estaba más hecho para comer que para ser hermoso de esa forma.
¿Podría algún día amarme una mujer de piernas delgadas? Cada encuentro entre la diferencia de un cuerpo así y el mío, abre la brecha de una nueva inseguridad.
Un cuerpo así. El contorno visto por detrás, con el tobillo desnudo apoyado sobre un tacón bajo. Hablo de la definición de un hueso bajo la piel. ¿Qué significa? Un cuerpo capaz de ser movido, alzado en brazos. Un tobillo aspiracional, nos enseñaron…
Me parece una locura que en nuestros momentos más oscuros de rumiación -de los que a veces ni somos conscientes- esté tan permeado un canon de belleza absurdo e imposible.
Me parece una locura que esté tan adentro de nosotras ese canon como para ver un tobillo aspiracional y pensar: claro, a ella sí la podría cargar alguien porque es delicada, frágil, femenina y por ende… deseable. Yo no. A mí no se me marca el tobillo, la clavícula, las costillas, los pómulos.
Y cómo eso va carcomiendo la propia auto imagen.
Ayer, en un club de lectura, platicamos con la misma Sara Torres sobre seducción, deseo y cuál es el papel que juega la auto imagen y auto percepción en toda esta danza.
Sara, que es una grossa en la interpretación y manejo de estos temas que le interesan tanto, nos dijo tantas cosas que me siguen volando la cabeza y que me hacen replantearme y cuestionar muchas cosas de mi auto percepción.
Nos decía que como seres humanos nuestra percepción del cuerpo se desarrolla en la infancia y adolescencia, pero cuando llega el momento de relacionarnos -principal pero no exclusivamente- sexo afectivamente con otras personas, el cuerpo se vuelve obstáculo y medio al mismo tiempo.
Caemos en esta alteración y alucinación de nuestro propio cuerpo, el espacio que ocupa y cómo es percibido por los demás según nosotras. Que cuando no es medio, se vuelve obstáculo para la seducción.
Dice Sara:
La imagen corporal se vuelve un monstruo que no nos permite relacionarnos y ahuyenta a los demás.
Desde esta premisa y este lugar es en donde me abro hoy.
Lo voy a decir directo y al grano.
En este momento de mi vida no me siento un ser objeto de deseo.
No hay un deseo irrefrenable que persiga y, por ende y en consecuencia, tampoco siento que sea capaz de despertar un mismo deseo.
Es como una causa-efecto.
Nos programaron así: si el otro me desea, solo así yo deseo.
Pero también funciona a la inversa: si yo no deseo, el otro no me desea o… si el otro no desea, yo no deseo.
Para que el otro me desee, también debe de haber un mínimo grado de deseo de una misma hacia quien es una, hacia lo que es capaz de transmitir, despertar, hacer, ser.
Pero si ni siquiera eso hay, entonces es un campo estéril de deseo en todas direcciones.
Esta causa-efecto es la que me genera mucha curiosidad y duda porque encuentro en ella una espiral cruel.
Sara decía ayer:
Parece que nuestro objetivo y función es ser elegida, por lo tanto, si nadie me elige, se vuelve una angustia autodestructiva.
Y yo creo que el origen de esto es que como seres humanos no nos basta solo vernos en un espejo para crearnos una imagen de nosotros mismos.
Como personas, necesitamos de otros espejos humanos que nos reflejen quiénes somos: si la gente es amable conmigo, es porque yo soy amable. Si la gente me prefiere, es porque soy agradable a diferentes niveles.
Y así entramos en un mecanismo que, ni entiendo, ni pretendería explicar, sobre cómo nos percibimos a través de los demás.
Me parece muy loco, muy paradójico y demasiado sesgado, pero así es.
Y entonces, ¿qué tiene que ver esto conmigo?
Pues que me he dado cuenta que tengo una imagen de mí como amiga, compañera, colega, familia, etc. dada por todos los humanos espejos que me reflejan lo que encuentran en mí, pero en un ámbito de pareja, no hay un reflejo.
Simplemente no hay.
No hay una fuente de dónde recibir información proyectada de mí misma en este sentido. No sé quién soy en ese ámbito, con esa etiqueta. Me desdibujé en esa etiqueta y siento que ya no sé quién soy.
No sé en qué momento pasó. En qué cúmulo de momentos pasó.
Pero lo que sí puedo sentir es esa espiral autodestructiva de mi autoimagen y de angustia de la que habla Sara.
Ya no se trata de si siento que ya se me pasó la edad para casarme, ser mamá o si soy la única soltera de mi grupo. No se trata de ese tipo de comparaciones.
Es algo mucho más básico, profundo, primitivo.
Imagínate que de pronto un día sales a la calle y nadie te ve, nadie te voltea a ver, nadie te habla, todos pasan de largo… va a llegar un punto en el que dudes de tu propia existencia, de si eres un fantasma o algún ente similar. ¿Te desintegraste?
Y aunque pudieras ver tu reflejo en un espejo, ¿de qué sirve si nadie más te ve, si nadie más te habla?
Así me siento yo en relación a las personas del sexo opuesto (porque esa es mi preferencia).
Es como si me hubiera vuelto invisible.
Pero no sé si yo decidí volverme invisible o si desarrollé algunas cualidades que inevitablemente me volvieran invisible, o si solo es un error en mi percepción.
El problema no es tanto “la invisibilidad”, el problema son los estragos que causa esta angustia autodestructiva, la alteración de la imagen corporal.
Y llegamos al mero punto de Sara: la imagen corporal se vuelve un monstruo que no nos permite relacionarnos y ahuyenta a los demás.
Es causa y efecto y a la vez espiral: no me siento deseable, no me creo deseable, no soy deseable, no me transmito como un ser deseable, nadie me desea y por ende sigo reafirmando la primera afirmación.
No sé cómo volverme objeto de deseo nuevamente, primero para mí y en consecuencia para los demás.
Tampoco pretendo encontrar muchas respuestas aquí y ahora, creo que es un camino que se recorre paulatinamente. Me gusta imaginarlo como una expedición de reconocimiento de una nueva tierra, ajena del mundo ya conquistado.
Y como todo en la vida, creo que es cuestión de óptica y percepción. Se puede elegir vivir en la agonía y angustia de sentirse un fantasma o se puede decidir ser la expedicionista de una nueva tierra, tierra propia.
Si te soy sincera, hay días que amanezco full expedicionista y otros días, modo fantasma.
Pero así es este viaje de la vida, este viaje de un constante reconocimiento de una misma en diferentes etapas y momentos, viviendo diferentes historias y personajes en una sola vida.
Quiero que sepas que le pensé mucho para terminar de escribir esta postal, porque en todo momento se sintió incómoda, cruda y hasta llegué a pensar que “innecesaria” porque, ¿quién querría saber esto de mí?
Pero me atrevo a soltarte mis rumiaciones más vergonzosas porque realmente creo que el propósito de las Postales es ese, acompañarnos mutuamente en esas cosas de las que no hablamos tanto.
A veces porque duele, a veces porque avergüenzan, a veces porque tienen un poco de tabú en medio o aún están atravesadas por prejuicios socioculturales de nuestra época.
Pero en aras de sacudirme al fantasma y ponerme el gorro de expedicionista, además de que estoy a 5 días de cumplir 35 años, me regalo a mí misma la oportunidad de contarte esto y soltarlo para hacer espacio a nuevas concepciones e ideas, a construirme nuevas realidades.
Gracias por leerme y estar aquí. Perdón que esta postal no vaya con audio, pero justo ayer me empezó una gripe que hoy no me tiene a mi 100%, así que mejor imagínatela :)
Alineándose al mood que traigo, por acá no ha dejado de llover en todo el día. Estoy sentada en la terraza que da al jardín y como ya se me cansó la espalda, aviento mi cuello y cabeza hacia atrás y me encuentro esta imagen que casa perfecto. Aquí te la dejo.