Ayer se casó alguien a quien creí querer mucho.
Alguien con quien un día decidí arbitrariamente que se me antojaba para garabatear un capítulo emocionante de mi historia.
Un fragmento muy pequeño de mi pasado, que a decir verdad, creo que en el presente abarca más con todos los recuerdos transformados y maximizados en mi memoria, que lo que realmente duró en su momento.
Corrijo entonces: ayer se casó alguien en quien deposité un par de ilusiones ociosas.
De esas ilusiones que no son tan verdaderas como ociosas. Que surgen del tedio, de la falta de ‘algo más’ y de un exceso de creatividad, imaginación y, por qué no, de necesidad.
Se casó ese pedazo de pasado que nunca me prometió nada a cambio, y sin embargo yo siempre esperé que se sintiera en deuda con mi devoción.
Que alguna fuerza gravitacional llamada destino lo atrajera a mí, porque entonces yo me volvería eso, su destino, lo que siempre debió ser, el lugar al que siempre quiso llegar.
Nada más lejos de la realidad.
Escribo esto y me siento el cliché más grande, sin embargo, creo que los clichés existen porque nos pasan a más personas de las que nos gustaría reconocer.
Y entonces, como casi siempre en mí, un detonante así basta para empezar con la cascada de preguntas y cuestionamientos sobre lo que creo cierto y verdadero.
Me quedo pensando en que mi enamoramiento fue muy estúpido e ingenuo, pero revira una pregunta: ¿qué no siempre se enamora una así? ¿qué no el enamoramiento empieza casi siempre así?
Sin certezas, una apuesta. Más que una apuesta, mero impulso, pulsión primitiva que responde a los estímulos menos certeros.
Lo que sigue es hacerle caso a la pulsión mientras nos untamos el bálsamo de: “luego vemos cómo le hacemos” .
“Luego veo cómo me recompongo de esto, lo que hay que hacer ahora es beberse este momento hasta más no poder”
Creo que tal vez ahí esté la respuesta a por qué no me he enamorado desde hace mucho tiempo. Tal vez se me agotó el recurso, el lujo de decir: luego me recompongo de esto. Porque siento que todavía no me recompongo de lo otro. Los otros.
Una no sabe qué tan adentro siguen algunas cosas, hasta que te las topas en medio de tu casa, tropezándote con ellas un lunes cualquiera.
A pesar del tiempo.
A pesar de ti.
Y cuando se descubren, tampoco lo hacen en orden y sucesivamente hasta extinguirse.
No, no.
Solo te atormentan dejándote entrever que no se han ido, para luego volverse a esconder en algún rincón de esa casa tuya que tan bien guareces.
No se inaugura la temporada de escombrar y tirar cosas viejas, como hace una con el clóset y que, sí, puede ser que te tome más de lo que planeaste, pero tú tienes el control de cuánto te apuras a sacar las cosas y terminar la tediosa tarea de escombrar.
Busco el significado de la palabra ‘escombrar’
escombrar
verbo transitivo
Desembarazar de escombros un lugar para dejarlo llano, claro y despejado.
Tal vez eso es lo que necesito, desembarazar a mi memoria de él. O más que de él, de los recuerdos edificados y exaltados en ella.
Para que, por fin, mi memoria pueda quedarse llana, clara y despejada.
Últimamente, he estado leyendo a algunas escritoras enamoradas dialogar con ese enamoramiento.
Ese diálogo es más un soliloquio, con ellas mismas, con su sentir, que un diálogo con la persona sujeto de los afectos.
Y me quedo pensando si entonces el enamoramiento no es eso: es lo que una siente adentro, afuera, en todos lados, cuando ve, piensa, escucha e imagina al sujeto de los afectos.
Es el ansia de posibilidad.
Es la excitación de la incertidumbre constante de lo que podría o no ser.
Ese enamoramiento del que hablo, temerario a más no poder, va todo de mí y nada de la otra persona.
Es una interacción egoísta, caprichosa, egoica.
Y no lo digo con juicio, más bien como la premisa de mi siguiente pregunta.
Si ese enamoramiento lo viví yo en mi cabeza, ¿realmente importa tanto lo que suceda con el otro?
No. Depende.
El tema de fantasear deja de ser inocuo e inofensivo (principalmente para una misma) cuando se carga de expectativas.
Pienso en retrospectiva cuántos encuentros me pude haber ahorrado para mantenerme a salvo, inmune.
Realmente no muchos.
Desde muy temprana etapa ya había perdido la inmunidad a él.
Y entonces, ahora que él se ha edificado sobre nuevas memorias y terrenos, ¿significa acaso que alguien o algo de pronto me desproveerá de mis recuerdos?
¿Qué mis recuerdos ya no son válidos, caducaron o se desvanecerán?
¿Un recuerdo tiene que ser correspondido para que sea válido, o más aún, para que haya sido verdad, real?
No. Por supuesto que no.
Eso sigue siendo muy mío.
Lo de verdad o real… no sé. Depende de para quién, ¿no?
Para mí sí lo fue, lo sentí. Y con eso basta.
Para él, no lo sé.
Pero esa ambigüedad suya no le restó a la potencia mía.
Al contrario, creo que la alimentó de esa ambivalencia.
-M.